martes, 28 de enero de 2014

¿Andadas? ¿Inspiración?




                                 


Hace unos días empecé un libro maravilloso: "El sueño de las Antillas", una historia colonial en la Cuba del siglo XIX, cuando aquel lugar era para los españoles una tierra prometida, el lugar donde hacer realidad los sueños... nada más lejos de la realidad, ¡por lo menos hasta donde he llegado! Pero estoy súper enganchada a la historia, me dan las tantas de la noche leyendo y claro... tengo un sueño acumulado más que considerable...
"La noche mecía a La Habana entre sus brazos, aderezados con estrellas refulgentes. Dos lámparas derramaban sobre el lecho una luz amortiguada que difuminaba los contornos...". Con esta frase comienza uno de los capítulos y es leerla y mi mente crea una historia paralela esas calles de La Habana vieja... ahí va:

Una calle cualquiera de La Habana













 Apenas había dormido en el vuelo desde Madrid: demasiadas fobias, demasiados recuerdos, demasiado dolor. Me dí una ducha en el baño de la habitación de aquel hiper lujoso hotel de La  Habana en el que iba a dejar parte de mis ahorros del último año. "Tanto trabajar -me dijo una vocecilla dentro de mi cabeza- y ¿de qué te ha servido? hace dos semanas tenías treinta y tres años, un importante puesto en una aún más importante multinacional y un novio formalísimo con el que estabas preparando una boda por todo lo alto para el próximo otoño.  Y ahora tienes treinta y tres años, una tarjeta con un número para fichar en el INEM y un ex novio que hace trece días, diecisiete horas y veintiseis minutos te mandó un mensaje en el que ponía que debíais aplazar la boda porque no estaba seguro del paso que ibais a dar". Malditas voces interiores que siempre se hacen oir en los momentos más inoportunos... Pero sí, era cierto. Hacía dos semanas tenía una vida perfectamente imperfecta y hoy estaba convencida de que en el sótano de mi fracaso, había una planta más. Había tardado una noche, tres litros de lágrimas y dos paquetes de marlboro light en decidir que necesitaba un tiempo para mí y sólo para mí. Así que había buceado en iternet y había sacado un vuelo in business a Cuba y había encontrado alojamiento en uno de los hoteles más caros de la capital.  
Malecon de La Habana
Al fin y al cabo, llevaba demasiado tiempo dedicándome a un trabajo que había fortalecido mi cuenta de ahorros a la vez que debilitaba mi vida personal. Salí de la ducha, me puse un sencillo vestido negro y salí de aquel hotel. Vagué por las calles de La Habana Vieja y respiré el encanto de aquel lugar que tantas veces había visto en fotos. Fui directamente a La Rosa Negra, un magnífico restaurante que me recomendaban en todas las guías turísticas que había consultado. El local no me depcionó y la comida tampoco. Es cierto que no estaba disfrutando como debía porque estaba convencida de que todo el mundo me observaba. Estaba convencida de que miraban con pena a aquella turista sentada sola en un rincón y arrepentida de estar allí, donde todo el mundo tenía con quien charlar y con quien reirse. Intenté apurar mi mojito para volver a la soledad de mi hotel, a seguir hundiéndome en mi pozo de autocompasión cuando el ambiente del local cambió de forma drástica. Un grupo de bailarines y bailarinas comenzaron a abrir una pista y en menos de un minuto la gente se movía al son de una música que se metía en las venas. Definitvamente, ese era el momento de desparecer de allí. Me levanté de la silla y justo cuando iba a coger mi bolso, alguien tiró de mí y al instante estaba en medio de la pista rodeada de los brazos de un guapísimo chico de brillates ojos negros y una sonrisa tan bonita como sincera.
-Déjate llevar por la música -me dijo a la vez que guiñaba un ojo- No puedes estar en Cuba y no bailar el son
-Gracias, pero no sé bailar. Ya es tarde, debo irme.
-Llevo un rato mirandote y noto tu tristeza. Relájate y olvidate de todo lo que no seamos La Habana, tú y yo. 
No sé cómo lo hice, pero sé que lo hice: me relajé, bailé como si lo hubiera hecho siempre, y por primera vez en mucho tiempo sentí que estaba viva.
Cuando recuperé el control sobre mi cuerpo y mi cabeza, iba de la mano de Hiram por una calle que no salía en los mapas. Me había preguntado cual era mi hotel y suponía que caminabamos hacia allí pero lo hacíamos por unos sitios muy poco frecuentados.
Capitolio de La Habana
-Esto no parece la Habana Vieja- susurré-
-La Habana Vieja es sólo para los turistas, el centro de La Habana es la Cuba real-.
-Yo soy una turista-
-Pareces lo bastante lista como para querer conformarte con lo que se conforma todo el mundo. Sonreí ante el cumplido, si él supiera... De su mano recorrí las calles del centro y escuché historias de la cuba real, de familias humildes que trabajan para el estado sólo para tener una vivienda propia, de la musica que quita las penas, de las raíces y del sentimiento puro. He de admitir que perdí la noción del tiempo y descubrí las primeras luces del alba cuando Hiram paró a la puerta de mi hotel (¿le había dicho yo dónde me alojaba?) -¿Quieres ver un amanecer distinto?- sonrió- Sólo me encogí de hombros incapaz de hablar. Cualquier cosa era distinta si él estaba a su lado. Mi capacidad de razonar debía haber quedado en coma tras el tercer mojito porque hacía tiempo que no daba señales de supervivencia así que volví a coger su mano mientras me guiaba escaleras arriba. -¿También sabes en qué habitación me alojo?- -No voy a llevarte a tu habitación. Voy a enseñarte un amanecer que no olvidarás nunca- Y, efectivamente, así fue. Subimos a la azotea del hotel, y contemplé el amanecer más perfecto que había visto jamás. Sonreí cínica... entraba en la oficina de noche y salía de noche. No recordaba la última vez que había visto amanecer; ¿eso que había estado haciendo hasta ahora era vivir? Hiram me miró a los ojos y un escalofrío recorrió mi cuerpo. Algo tramaba. -Te propongo un plan. Dejame enseñarte Cuba. Después podrás regresar a Madrid con la tranquilidad de haber pasado los mejores días de tu vida.
Entonces fue cuando descubrí que, definitivamente, mi capacidad de razonar se había quedado entre las paredes de la Rosa Negra: el sol no estaba aún en lo alto del cielo cuando me senté en el asiento de copiloto de un coche que hacía mucho tiempo que había dejado atrás sus buenos años. Miré a Hiram y ví que me sonreía. -Soy tuya- le dije ridículamente feliz. -Aun no lo eres, pero cuando regresemos a La Habana lo serás, estoy seguro. Pusimos rumbo al
Amanecer en La Habana
al sur y tardamos algunas horas en llegar a Trinidad, un paraíso de calles estrechas y llenas de vida. Una antigua ciudad colonial española en la que, quizás, habían vivido algunos de los protagonistas de mi libro. Comimos pollo marombe y bebimos ron; ron del bueno, del que se mete en las venas y engancha tanto como la propia tierra. Nos mezclamos con los grupos de gente que bailaba salsa en la calle y nadie me miró raro. Nadie me hizo sentir que estaba fuera de lugar... nadie sabía quien era ni de dónde venía, y pese a mi blancura curtida bajo los focos de led de aquella oficina que cada vez recordaba más lejana e inhóspita, aquella tarde fui una cubana más. Anochecía cuando llegamos a Playa Ancón; con las luces del atardecer se me antojaba solitaria y paradisíaca, muy distinta a las playas masificadas que había visto en los folletos. Dormimos abrazados muy cerca del mar; esa noche Hiram se apoderó de mi cuerpo como horas antes se había apoderado de mi mente y mi alma amenazaba con ceder a él también de un momento a otro. Por
Trinidad
la mañana nos pusimos de camino hacia Cienfuegos. Me pasé el viaje con la cabeza sacada por la ventanilla mientras sonreía bobaliconamente y el sol calentaba mi cara. Cienfuegos supuso para mí un auténtico descubrimiento. Quedé completamente enamorada de su Plaza Central y de la Iglesia de la Purísima. -Algún día nos casaremos en esta iglesia- dejó caer mientras conteplabamos las imágenes del interior. No pude evitar echarme a reir. "Ay amigo... creo que es el momento de que sepas con quien estás hablando". Le conté cómo habían transcurrido los últimos años de mi vida y concluí mi relato afirmándole que no pensaba volver a plantearme una boda. -Tampoco te habías planteado descubrir mi isla como lo estás haciendo, ¿no es cierto? Deberías saber que en la vida es mejor no hacer planes. Nuestros planes ya están hechos, alguien se tomó la molestia de hacerlos por nosotros... deberíamos, simplemente, dejarlos fluir.- Hiram decía las cosas de una manera tan profunda que, a veces, me dejaba preocupada. Continuamos la visita a Cienfuegos y seguimos hasta Santa Clara. Ahí encontré la verdadera esencia cubana. Esa era la Cuba que yo buscaba, la que me había enamorado sin conocerla. La Cuba de la fuerza, de la pasión, de la revolución. En Santa Clara entramos en el Museo del Tren blindado: un lugar al aire libre en el que vimos los vagones del tren que se dirigía a La Habana para abastecer a las tropas de Batista; el Ché, junto con otros revolucionarios arrancó las vías e hizo descarrilar el tren. Este hecho supuso el derrocamiento de Batista y la instauración del conocido régimen castrista. El resto de la semana continuamos recorriendo la isla hasta llegar a Santiago, la antigua capital. Santiago se descubrió ante mis ojos como una ciudad para esuchar y para aprender. Un lugar con empinadas cuestas y calles ancladas en el pasado, donde solo los restos de un tranvía son los que recuerdan que Santiago fue un día la capital de la bella Cuba. -Aquí nació nuestra raza- Hiram sonrió orgulloso- Nosotros somos la mezcla de todas las culturas que llegaron hasta aquí: haitianos, jamaicanos, africanos e incluso blanquitos españoles como tú. Nadie pudo decir que estuvo en Cuba, si no visitó Santiago. -Bien. Entonces ya puedo volver a Madrid y decir
a mis amigos que estuve en Cuba-.
La vuelta a La Habana fue larga y triste. Mi estancia en el caribe había sido completamente distinta a lo que había imaginado, y desde luego, mucho mejor. Había cogido un vuelo desde España con la intención de dedicarme unos días a mí misma y romper con una monotonía que llevaba años ahogándome; había olvidado vivir y me había centrado sólo en respirar. Cuba me descubiró a Hiram, que en poco más de una semana había hecho remover todos los cimientos de mi existencia y me había enseñado una buena lección: la vida no se mide por las veces que respiras, sino por aquellos momentos que te dejan sin aliento. Sonreí con tristeza. Pondría aquella frase en mi iphone para leerla cada vez que sonara la alarma, una alarma de la que sabía, volvería a sentirme esclava, en cuanto aterrizara en Madrid. Dimos un último paseo en coche por La Habana, me mostró plazas, monumentos, catedrales. Me explicó cuáles eran las galerías de arte más famosas y las antiguas casas coloniales que con más mimo habían conservado. Y me llevó al Malecon. Creo que lo hizo aposta. Me senté frente al mar y lloré, reí, le besé, le pegué. Le odié por haberme enseñado tanto en tan poco tiempo y descubrí que, irremediablemente, me había enamorado de él. Supuse que a eso se refería aquella vez que me dijo que otros hacían nuestros planes por nosotros. -Quiero que te vayas ahora- le dije sin mirarle- Creo que es más fácil que nos despidamos ahora. Volveré al hotel para hacer la maleta y necesito dormir. Mi vuelo sale pronto.- Sentí que se tensaba a mi espalda. -Y yo quiero que te quedes.No voy a forzarte a hacer algo que no quieras pero estaré cerca hasta que abandones La Habana. Demuéstrate a tí misma que tienes el valor de afrontar las cosas como vienen.- No hablé ni me dí la vuelta, pero supe justo el momento en el que se fue de mi lado. Lo supe porque me sentí sola y muerta de frío en el  lugar más cálido del
Santiago, antigua capital de Cuba
mundo. De vuelta en el hotel recogí mis cosas, me dí un baño caliente y pedí un ron doble al room service. Pensé en todo lo que había pasado desde que me había montado en el avión en Madrid. Recordé sus palabras cuando me dijo que al volver a La Habana sería completamente suya. Con más dolor que rabia estampé un cojín contra la pared: cuánto me quedaba por aprender... traté de sosegarme pensando en la vuelta a casa, y fue peor. Por más que lo intenté no encontré nada capaz de hacerme sentir como Hiram lo había hecho en los últimos días. Abandoné la habitación y subí a la azotea donde habíamos visto amanecer el primer día. La verdad es que no me sorprendió verlo allí mirando los edificios de una ciudad que pronto despertaría. Me había dicho que estaría cerca...
 Han pasado dos años desde aquel viaje a La Habana que me encontró conmigo misma... y con él. Playa Ancón sigue tan especial como aquella primera vez. Hiram espera pacientemente que termine de escribir nuestra historia. La paciencia no es una de sus virtudes pero creo que hoy está tranquilo porque finalmente ha conseguido lo que lleva meses persiguiendo: esta mañana nos hemos casado en la iglesia de la Purísima en Cienfuegos...

                         

1 comentario:

  1. Si seňora, lo has conseguido! Creo firmemente q está historia debería continuar. A.

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