jueves, 28 de noviembre de 2013

Inspiración 2

Ya os he dicho varias veces que me a mí me inspira cualquier cosa... unas más que otras pero puedo encontrar la inspiración en cualquier sitio. En Roma hay una estatua, en el Campo di Fiori que me encanta. La primera vez que la ví estaba tomando un café en una de las terrazas de la plaza y no podía dejar de mirarla. Cada vez que veo una foto se me vuelve a ocurrir algo así que aquí os dejo lo que me ha ocurrido hoy:

Bruno se ató el cinturón de su hábito de Franciscano y volvió a contar hasta cien. Ya les había dado tiempo suficiente a su hermanos monjes a volver a conciliar el sueño tras el oficio de maitines y él tenía el tiempo justo de acudir a su cita y volver antes de laudes. Un escalofrío de excitación recorrió su cuerpo mientras salía de su celda y con la espalda apoyada en los gruesos muros del monasterio iba deslizándose entre las sombras hasta la puerta principal. Levaba tantas noches haciendo lo mismo que se sabía de memoria los pasos que tenía que dar desde el monasterio, situado en Via Frattina, hasta donde la Via di Pellegino se unía con Campo di Fiori. En ese punto exacto se reunía una vez al mes, desde hacía muchos años, con un librero florentino. Bruno traducía a otras lenguas (y a escondidas) todos los libros que el florentino le entregaba y éste, tras imprimirlos en su librería de Florencia, los exportaba después por toda Europa y, por mar, hasta las costas asiáticas. Bruno sabía que el latín era la única lengua en la que los libros podían imprimirse, exactamente igual que sabía que si alguien descubría su ilegalidad, moriría en la hoguera. Nunca le había importado; lo único que él quería era poder llevar la cultura hasta los confines de la Tierra.
Al llegar al punto de encuentro habitual con el florentino descubrió, desconcertado, que este aún no había llegado. Era la primera vez en años que se retrasaba a la cita y Bruno supo que algo no iba bien. Escuchó voces a lo lejos y cascos de caballos que se iban acercando. Le llevó un momento pensar en un escondite seguro y corrió a refugiarse. Intentó cruzar Campo di Fiori, pero su intento fue en vano; en un instante se vio en mitad de la plaza rodeado de guardias romanos que le iluminaban con antorchas mientras que uno de ellos, un fortachón con barba castaña oscura gritaba: "queda apresado por hereje". Bruno miró a su alrededor buscando con al florentino, pero con lo que se encontró fue con la mirada maquiavélica de fray Giulliano de Dolce, el prior de su monasterio, que sonreía satisfecho. 
Bruno supo entonces que el prior había estado siempre al corriente de sus quehaceres y había buscado el momento oportuno para hacerlo caer.
El fraile fue llevado hasta una catacumba cercana al Trastevere y allí permaneció encerrado en un cubículo durante interminables horas. No supo cuando se hizo de día ni cuando volvió a caer la noche... ni cuantos días pasó en ese encierro rara vez interrumpido por aquel carcelero que muy de vez en cuando pasaba por allí a dejarle un trozo de pan duro.
Un ruido interrumpio su oración y al instante cesó. Pensó que lo habría imaginado. Al momento, volvió de nuevo a escuchar una especie de siseo... "serán las ratas que vienen a hacerme compañía". La cerradura de la celda sonó y al instante se abrió la reja. Bruno levantó la cabeza y se encontró de frente con el librero florentino con el que no se había podido reunir aquella noche para él tan lejana ya...
 -¿Tu?- preguntó en un susurro
-No es tiempo de saludar- respondió el florentino- Tenemos poco tiempo y mucho camino que andar.
Bruno siguió en silencio al librero que cada vez caminaba más rápido. Corrieron por pasadizos, subieron escalones y se sintieron desfallecer entre aquellos muros laberínticos. Bruno se preguntaba si el librero sabía lo que estaba haciendo y si saldrían de allí con vida...
Un último recoveco, dos escalones más, un giro a la izquierda y salieron a la calle. No había tiempo de mirar atrás. Sabían que a esas alturas, alguien habría descubierto el cubiculo vacío que había ocupado Bruno. No tardarían en comenzar a buscarlos.
El fraile y le florentino echaron a correr entre las calles que el frío invierno romano había dejado desiertas. Al llegar al Campo di Fiori, Bruno frenó en seco. Y se vió a si mismo en otro tiempo, no supo si futuro o pasado, en el centro de la plaza, ataviado con su monje de franciscano y portando un libro en la mano. Miró de nuevo al florentino y supo que debería seguirle si quería continuar con vida. 
Siguieron corriendo y pusieron rumbo al norte. Cuando despuntaba el día ya estaban lejos de Roma. Nadie los encontraría. Bruno comenzaría una nueva vida en Florencia junto a su amigo y liberador y ambos continuarían llevando la cultura hasta los confines de la Tierra.

1 comentario:

  1. Bueeeenooo, ya era hora bonita!!..jeje. Xo he de decir q ha merecido la pena. Me ha gutado más este relato q el d París. Espero d verdad q publiques otro capítulo, q siempre nos dejas con la miel en los labios. Arantxa

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